sábado, 2 de febrero de 2013

Malamor








Amores hay como garfios, amores malditos que te cortan el alma, que se te meten por las uñas furtiva, malévolamente, que te comen por dentro, para los que no hay defensa, ni Dios ni razón, sólo el deseo, sólo el hambre, la alegría, la ira, la arrechera inmensa que te hace desear arrancarle la ropa cada vez que te lo encuentras. Amores hay que se te incrustan en los huesos y corroen cada instante que en tu vida queda. Amores de locos, amores de lobos, amores de mierda. Y escuchas a una chica pelirroja gemir por un publicista alcohólico, insignificante, y te ves a ti misma en un espejo de ridiculez e impotencia. Amores hay que te joden y te chupan. Lo peor de lo peor es cuando sabes que no debes, que no puede ser, que nunca ha sido. Porque además te sabes deliciosa, graciosa y amable, merecedora del goce, la lealtad y el abrazo. Así que te tienes paciencia, te compras un helado, un vestido bonito y colmas tu casa de silencio, de buenos recuerdos y te dices a ti misma: “Vamos guapa, todo pasa, hasta la vida”.

El te sacó hace ya tiempo tan inequívocamente de su alma que la única verdad que en ti cabe es que todos los caminos conducen al olvido. Y el olvido, lo sabes bien, es peor que la muerte. “Reniego de tu piel y de tus besos, maldiciendo todo lo que en tu nombre sea en la tierra y el infierno”. Estás jodida, clavada, enamorada, de choques eléctricos. Lo mejor es que no le necesitas, que te gusta lo que tienes: una casa chiquitita en una calle de ciudades extrañas, una vida sencilla, cinco amigos, cuatro perros, y un amante a ratos.

El amante es cuarto aparte, todo un bocado de piel bronceada y brazos fuertes, todo risas, todo labios; poderoso, creativo, bello y te penetra en cinco velocidades distintas, y tú te entregas a él con una desesperación y un ansia demasiado parecida al deseo. Nunca le llamas ni le buscas ni le amas; y él te posee como quiere, como debe ser, como si cada vez fuera siempre la última. Y no te importa verle.

A tu amado en cambio, lo amaste siempre como si cada vez fuera siempre la primera. Él no sabe que por él escribes todo cuanto escribes, él no sabe que en verdad le amas.

Ah... recuerda que hace poco le dijiste: “Descubrí que puedo acariciarte con los ojos”, recuerda que no extraña ni tu boca ni el milagro de tus manos. No lo creerá si se entera con qué fuerza lo evocas cuando te entregas a tu amante, o las veces que has llorado de rabia porque no es él quien te penetra, porque otro te da a borbotones lo que solo anhelas en sus brazos. No sabe nada, no puede siquiera imaginarlo. Que es al tiempo lo mejor y lo peor que te ha pasado, lo más vital, lo más contradictorio, lo más mierda. No sabe que le amas contra ti, que te mueres por verle, por no verle. Y piensas enseguida: “Vamos mujer ¿Por qué culparle? Si no te quiere nada, fresca, todo va a salir bien, no te preocupes”. Acostumbrada como estás a lamerte sola las heridas, respiras hondo, te sueltas el cabello, sacudes el trasero y sigues adelante. Por si no te has dado cuenta, yo soy la protagonista de esta historia. Y te garantizo que duele, que duele hasta las lagrimas.





Eva Durán

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