sábado, 2 de febrero de 2013

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Mi abuelo amaba decir malas palabras
y atender gentilmente
la manada interminable y siempre renovada 
de evangélicos, 
con postres y delicias
adobadas con purgante
Leía el periódico
solo para comprobar que tenia razón 
que estaba en lo cierto, que sabia.
 
- “Dios no existe” – decía en el desayuno –
“ni el, ni la puta madre que lo parió”.
 
En el helado hospital de angustiados espectros 
y moscas atrapadas
médicos sin ojos lo aserraron como un árbol
cobrando por pedazos
una extraña deuda sin fiadores.
 
Él pago puntual y apretando los dientes
hizo esperar largamente a los demonios
 
Mientras tanto
yo lo ataba a la tarde con mi voz
contando una y otra vez la misma historia.
 
Por su parte, el me habló de la ciudad del contrabando
de las marimondas, y de una hermosa mujer
que en 1942 montó a caballo para él
con los cabellos sueltos y largos como un sueño
sosteniendo el universo entre sus ancas
 
Se durmió cuando quiso, con una sonrisa
como un pájaro que esconde la cabeza entre las alas
solo para comprobar que tenia razón
que estaba en lo cierto, que sabia.





Eva Durán







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