sábado, 2 de febrero de 2013

Exilio en Langenbroich







Conozco el miedo
el silencio del ciervo herido
que se arrastra en la llanura sabiendo
que nadie va a ayudarle

(Yo fui ese ciervo
en la estepa desolada)

En noches intocables
me deshice de angustia
en las calles sin memoria
de esa ciudad - burdel que no recordará
ni mi nombre, ni mi risa
ni la desesperación de mis palabras

(Allí hasta la muerte es mentira
impostura y mascarada)

En un luminoso, muy pequeño apartamento
custodiada por los ojos apagados de mi perra
y mis libros, mis fantasmas
tejí la estrategia del olvido
(el perdón y la distancia)

Curé yo misma,
a lenguetazos y una a una
cada una de mis llagas

Herida a muerte en la guerra
de la vida y las palabras
elevé con fuerza y canto un grito 
que estremeció paredes y grafitis
estaciones, madrugadas

Nada queda de mi, en esa ciudad esplendorosa
levantada con sangre humana y aguardiente
risa y mambo, cocaína y mariguana

Nada queda, ni la crueldad de un mal amor
ni mi esperanza, ni mis besos, ni mi rabia
ni mis muchas maneras
de hacerle trampa a la distancia.



Eva Durán

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