La
anciana poetisa proclama con altavoces su virginidad. Es una bella y dulce
anciana, noble, encantadora y suave como un budin. Ella no entendió, pobre
muñeca emparedada, que el cuerpo es hermoso y natural, que está lleno de magia,
exuberancia y alegría, que es el único y verdadero canto a la vida. Que todo lo
contrario no es más que monstruoso, terrible.
La
plenitud es lo único que nos defiende de la muerte, más allá de cualquier
versillo quejumbroso.
El himen oxidado y chirriante de la anciana poetisa habrá que extirparlo cuando ella muera, momificarlo, sumergirlo en formol y exponerlo en una urna de cristal en la casa de Poesía Silva de Bogotá.
Y debajo de él colocar una plaquita de mármol que diga: "LA VIRGINIDAD HA MUERTO. REINE PARA ELLA LA LUZ PERPETUA".
Eva Durán
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