Coqueteo con Holger, mi
médico ortopeda, coqueteamos, conversamos y el aprisiona su rodilla contra mi
pierna, soy hipnotizada por su voz. A nuestro alrededor sucede el mundo. Sus
pacientes corretean por ahí.
En su praxis conversamos
de todo, es un hombre hermoso, elegante, fuerte,
culto, encantador, lleno de ideas
novedosas y originales, trabajadicto.
Pero temo no
saber cual es el límite, cuando parar. Debo detenerme.
Mi piel se
eriza al contacto de su voz. Él me lo cuenta todo, me da los más íntimos
detalles de todo cuanto quiero saber, pero yo no le presto la más
mínima atención. Yo solo tengo para él narraciones
esplendorosas,
holocaustos de piel y placer en la oscuridad, eso aviva aún más y
más mi imaginación.
Le llaman al
mobil, se pone de pie y camina hasta el pasillo, cuando se da la vuelta
para hablar le observo con avidez el trasero, tiene un excelente
cuerpo, proporcionado y justo para mis ganas.
Sus piernas son
sólidas músculosas y perfectas, sus hombros anchos y bien moldeados
por muchas horas de entrenamiento, se extienden hasta sus manos, firmes,
largas, delicadas. Sus dedos... sueño con esos dedos, con lo que podrían hacer
esos dedos.
Regresa a
hablar conmigo.
En un momento,
toma mi mano en el aire y sostiene mi dedo meñique entre sus dedos, solo
eso, la punta del dedo meñique. Me mira fijamente a los ojos, sus ojos son
color miel, dulces, conservan la frescura de la adolescencia, sus ojos son un
abismo, un poema, una invitación.
Todo el universo
se centra en ese contacto. Mi vida se detiene.
¿Para que juego
un juego que no deseo concluir? ¿Que no quiero, que no debo continuar?
Soy como el
insecto que da vueltas alrededor del fuego... fascinado y aterrado al
mismo tiempo por su belleza encandilante, soy como el insecto que
sabe que está atrapado, que no puede luchar, que no hay escape posible.
Sabe que tarde
o temprano morirá calcinado entre las llamas, pues escapar del peligro es
peor que morir, es hundirse para siempre en la oscuridad.
Eva Durán